guiado por las apariencias

23/1/09

Lo que encontramos en el descampado.


La primera vez que vi una fue a una edad mucho más temprana de lo que es habitual. La encontramos mi amigo Luis y yo mientras jugábamos en el descampado de al lado de casa. Siempre bajábamos a jugar al descampado. Cuando tienes 10 años a penas necesitas nada para hacerte amigo íntimo de otro chico. Vivir puerta con puerta es motivo suficiente. Son amistades sencillas, fieles y sanas, parecidas al amor de los perros. Amistades que se pierden para siempre cuando la vida se complica y vamos intuyendo detrás de las miradas demasiadas cosas que no comprendemos.

Aunque éramos unos críos y no entendíamos del todo de qué se trataba, sabíamos perfectamente que era algo valioso, y nos alegramos de poseerla y sentimos que estábamos viviendo una aventura llena de libertad. No era el tipo de cosa con el que se pudiese jugar a nada, así que después de un primer examen minucioso, pasamos directamente al problema fundamental: qué hacer con ella. Lo más prudente sin duda hubiese sido dejarla en nuestro escondite. Nuestro escondite era un recoveco en la base de un muro en el que habíamos metido una caja de puros vacía donde guardábamos algunas cosas de valor: una navaja mellada, un mechero, un paquete de tabaco con dos pitillos (que nunca fumamos), algunas cuentas de cristal brillante… Pero esto no lo guardamos ahí. Los dos sentimos la tentación de tenerlo con nosotros, de llevarlo a casa, sentíamos que era algo demasiado precioso para separarse de ello. Sin duda si tuviese que compartir una con un amigo hoy en día, surgirían muchas complicaciones. De hecho, es algo que nadie se plantea compartir. Pero entonces Luis y yo éramos amigos íntimos, más que hermanos, y en ningún momento a ninguno de los dos se nos pasó por la cabeza intentar hacerse con ella para él sólo.

Tomamos la decisión más justa: cada uno la tendría una noche, por el día la llevaríamos a clase y luego al descampado y al final de la tarde se la pasaríamos al otro. Lo echamos a piedra, papel o tijera. Ganó él. Lleno de ilusión Luis subió a su casa aquel día con el tesoro en el bolsillo. Aunque en el momento me dio cierta rabia, en cuanto llegué a casa prácticamente olvidé los acontecimientos y cené, vi la tele y me acosté, como siempre.

A la mañana siguiente en clase, Luís tenía muy mal aspecto. Parecía realmente triste y cansado. En cuanto le vi así, le pregunté, temiendo que se la hubiesen quitado. Pero no se la habían quitado, para demostrármelo la sacó de la cartera y me la dio enseguida, casi insistiendo en que me la quedase. Pasamos el día juntos pero extrañamente distantes. Había algo que Luís me ocultó esa tarde, algo que no supo contarme.

Cuando nos separamos y empecé a subir la escaleras, mi desconcierto por el estado de mi amigo fue mitigado en seguida por la ilusión de saber que pasaría la noche en mi cuarto con aquello. Lo extraño es que la tremenda alegría inicial fue tornándose casi al instante en algo más oscuro. Cuando besé a mis padres con la cosa en el bolsillo me sentí el más terrible de los mentirosos y luego en la cena, a penas pude comer porque tenía el estómago absolutamente contraído y sentía que cada palabra y mirada de mis padres y hermana estaban cargadas de desprecio. Aquella fue una de las peores noches de mi vida. Soñé con un hombre siniestro que me perseguía, yo no podía verle, sólo podía correr por un bosque de árboles sin hojas. Cuando miraba hacia atrás sólo veía negro. Pero a pesar de no verle sabía perfectamente que era un hombre calvo y sucio, con el rostro lleno de pústulas, y una camisa hecha jirones que dejaba su vientre al descubierto. Lo peor era que en su tripa se abría una especie de boca vertical con una agujero terrible lleno de dientes y tentáculos. Me levanté y me volví a dormir varias veces, y siempre regresaba a la misma pesadilla. Las últimas horas antes de que sonase el despertador me quedé en vela, mirando al cajón de la mesa donde la había guardado. Lo extraño era que mientras permanecía despierto y miraba al cajón no sentía el mismo terror que en mi sueño, si no una desasosegante sensación de vacío.

A la mañana siguiente mi madre pensó, por la cara que tenía, que estaba enfermo, y quiso que me quedase en casa. Yo me negué en redondo y tanto me resistí que me dejó ir. Cuando vi a Luís en la parada del autobús nuestra miradas no pudieron comprenderse pero se sintieron hermanas en su desconcierto. Nos pusimos a llorar con toda nuestra alma y nos abrazamos. Abracé a mi amigo con mucha fuerza, es uno de los momentos en los que más cerca me he sentido de nadie en mi vida.

Por la tarde la tiramos al canal. Evidentemente visto desde los ojos de un adulto resulta un acto estúpido. Pero el resto de la tarde Luís y yo jugamos con una alegría inusitada, como si fuésemos a ser niños para siempre. Esa sensación, como todas las de pura infancia, es algo que literalmente no se puede pagar con dinero, ni con ninguna otra cosa.

Hace al menos diez años que no hablo con Luís. Estudió derecho con muy buenas notas y se puso a trabajar en un despacho importante. Supongo que profesionalmente le ha debido de ir bien. En realidad dejamos de ser amigos cuando comenzó la adolescencia, en seguida nos fuimos descubriendo como personas extremadamente diferentes. Pero a pesar de ello, sé que no hay mucha gente con la que me daría un abrazo tan sincero si algún día me la cruzase por la calle.


El Tejón.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Madre mía! Se me han encogido el estómago y el corazón a la vez según avanzaba el texto :-D Enhorabuena Señor Tejón, para variar tiene usted razón ;-)

"La ausencia y lo siniestro", tema recurrente en mi cabeza, muy bien ilustrado en tu post. Gracias :-D

Julio Teruel dijo...

Como siempre chapó, que describir a niños y sus actos siendo el que lo escribe un adulto (o dime ahora que tienes 12 años y me inclinaré ante el Bobby Fischer de la escritura) nunca es tarea fácil, y menos conseguir que quede tan gráfico.
Enorme la pesadilla.
Pero he de hacer una crítica que (vivan las casualidades y las causalidades)me hicieron con un relato en un taller de escritura creativa al que acudí cierto tiempo. Aunque el objeto central del relato, lo que encontrasteis en el descampado, aunque eso sea simbólico, debe ser algo. Que represente lo que sea, pero que sea algo. Yo me siento algo frustrado por no saber qué es, una moneda, un lo que sea. Por supuesto, el autor manda, y el texto es muy bueno, es un cuento precioso, pero mi mente racional necesita algo físico.
(por supuesto, no me hagas ni puto caso que yo no sé de la misa la media y parece que voy de sabio, válgame!)

Jose dijo...

Muy guapo

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho, Tejoni!

Yo discrepo de Julius Desperate, me mola más sin que se sepa lo que es. Yo por mi parte pienso que es una cosa determinada, no ha hecho falta que explicaras qué era.

chau!