guiado por las apariencias

2/1/12

Miedo y esperanza.

Una de mis citas preferidas es esa de Séneca en una carta a Lucilo, en la que le recuerda que ha de tratar bien a sus esclavos, porque todos somos esclavos de alguna cosa; algunos de una persona amada, otros de un vicio, todos del miedo todos de la esperanza.

Esos dos esclavistas de todas las personas; el miedo y la esperanza, son a menudo utilizados por los que tienen más para controlar a los que tienen menos. En los tiempos de bonanza de una civilización, la esperanza suele tomar protagonismo, se fomenta en la gente el deseo de conseguir nuevas metas, mejoras para sus vidas, a menudo, eso sí, acosta de la desgracia de otros...
Cuando al discurso de una estructura de poder establecida se le acaban las respuestas, cuando se encuentra vacía y derrumbándose, sólo le queda acudir al miedo para controlar a aquellos que tiene sometidos. Miedo a perder lo que se tiene, a menudo lo poco que se tiene.

Yo, hoy, tengo miedo. No sé cómo voy a ganar algo de dinero para mantenerme el mes que viene, vivo desde hace tiempo con esa angustia. Me es inevitable sentir vértigo, pánico, pero intento controlarlo porque aquellos que se hunden por completo en el miedo son esclavos absolutos. El miedo, además, no es lúcido, su razón anuncia que todo irá a peor, que la maquinaria del opresor es invencible; algo que puede parecer evidente, pero que es falso. Tal vez no podamos cambiar la naturaleza humana y no lleguemos a alcanzar un ideal de justicia social, pero este mundo en el que vivimos va a cambiar, y puede cambiar a mejor.

Así que basta ya discursos cargados de miedo, vacíos de esperanza. Basta ya de pedir, desde voces que supuestamente representan a la izquierda, medidas reaccionarias que consoliden un sistema democrático representativo que no sólo es incapaz de combatir el desastre de la fase actual del capitalismo sino que está intimamente vinculado a ella. Yo no quiero un perfeccionamiento del sistema, el sistema ya se está perfeccionando, no cesa de hacerlo, por eso aumentan cada vez más las diferencias de clase. Yo no quiero una reforma de la ley electoral. Yo no quiero un trabajo asalariado para todos.

Gran parte de las medidas propuestas desde el movimiento 15-M están profundamente pervertidas por el miedo y sólo aspiran a mantener el status pequeño burgués de sus integrantes. Eso no sólo es mezquino, también es inútil. Se responde a la presión del sistema rogando que se modere el castigo, pero sin rebelarse realmente contra el castigador. El capitalismo actual mata a billones de hambre, destruye a especies y ecosistemas, esclaviza a la mayoría de la población del mundo, una reacción moderada y tímida no es suficiente. Pienso que el 15-M ha tenido un efecto positivo psicológico para muchos, pero sólo puede ser un precedente de algo más. Sus respuestas no bastan, los delitos que denuncia son demasiado graves.

Una respuesta al sistema sólo puede ser ilegal. "Ningún ser humano es ilegal", se grita en las manifestaciones. He aquí el error. Yo soy ilegal, la inmensa mayoría somos ilegales, la legalidad no es lo mismo que la moralidad. Lo legal no mide el bien y el mal, mide lo que es conveniente o inconveniente para el orden impuesto desde las estructuras de poder. Cuando desde los supuestos movimientos de izquierda contemporáneos se insiste en la no utilización de la violencia, se está en realidad llamando a no quebrantar de forma radical los límites de la legalidad. Tras el "no" a la violencia se esconde el miedo a cambiar verdaderamente el mundo.

No creo que la violencia directa pueda tener una utilidad revolucionaria significativa en el momento preciso actual. Pero ¿si no fuese así? Incluso la ley perversa actual ampara al que mata en defensa de su propia vida, o al que mata a quien pone en peligro a sus personas más cercanas. Si estuviera en nuestra mano el evitar por medio de la violencia, los terribles desastres que ocurren a nuestro alrededor ¿no deberíamos ejercer esa violencia? ¿No tenemos, de hecho, la obligación moral de quebrantar cualquier ley escrita con la complicidad de aquellos que nos oprimen, de aquellos que esclavizan, humillan, torturan y matan a la mayoría, cada día, sí esa transgresión puede ayudarnos a combatir esa misma opresión?

Debemos superar el miedo a la incertidumbre que genera la angustia de renegar del destino que se nos pretende imponer, para pasar a vivir sin destino, generando nosotros mismos nuestro propio porvenir.