guiado por las apariencias

26/12/11

Después de ver Somewhere.

Cuando era niño alguna vez fui con mis padres a un hotel bueno. Es muy probable, viendo como están las cosas, que nunca vuelva a hacerlo. Es una sensación especial, la de bajar a comer al buffet o la de recibir el desayuno en la habitación y que no haya ni un plato descascarillado, ni un mantel amarillento, ni una mancha. No creo que lo eche de menos, es parte de un todo, de un mundo de exceso del que estoy harto y que inexorablemente se acaba, al menos a mi alrededor… pero me resulta raro pensar que un día eso será algo pasado del todo, inexistente. ¿Qué más cosas recordaré un día como desaparecidas? Tal vez hablaré a los más jóvenes de los coches a gasolina, de las navidades con decenas de regalos, todos envueltos de colores, de las enormes bibliotecas llenas de libros impresos, de las elecciones con papeletas y urnas, de España siendo uno de los países más ricos del mundo y China uno de los más pobres, de comer carne seis veces a la semana y de los supermercados siempre llenos. Tal vez recordaré la moda de las mujeres escuálidas y de las operaciones de aumento de pecho, recordaré la prohibición del matrimonio y de la adopción por homosexuales, las residencias llenas de viejos seniles, la coca-cola. Las ciudades de millones de habitantes, los partidos de fútbol multitudinarios, los ordenadores, los tigres, los pantalones de pitillo, las colecciones de cromos, las discotecas, la Universidad Complutense, el stress, la polución, Venecia.

Se derrumba este mundo tan enfermo ya, tan podrido, tan lleno de cosas que no quiero. Cuando éste, mi mundo natal, no esté ¿qué vendrá? Todas esas cosas que en cierta medida son parte del horror ¿las recordaré con nostalgia?

El mundo se acaba, pero se ha acabado ya otras veces, pasará la crisis que aún queda por venir y los supervivientes verán el resultado; la respuesta a esta incertidumbre de hoy. Todo será diferente pero también habrá cosas que serán iguales: la gente morirá, hablará, buscará comida y cobijo, será ambiciosa en algunos casos y noble en otros, buscará pareja, tendrá hijos…

Hoy más que ayer el presente es un fantasma a punto de desvanecerse, el breve preludio de un recuerdo.

16/12/11

Una bobada que estaba pensando...

La palabra es por principio antipoética, lo poético es el mirar, el oir, el oler o el gustar. Pero la fantasía y la palabra son atipoéticas. Por eso la metamorfosis que opera la poesía es tan fascinante, porque convierte la paja en oro, la palabra en poesía. Poco tiene que ver este proceso con aquello que se está contando en el poema, y si tiene que ver es de manera en que lo contado cambia de lugar de tal modo que podría ser cualquier otra cosa. Por eso es traicionera la poesía también, porque puede llevar a la creencia de que las palabras que la forman son verdaderas. Es todo muy extraño, una suerte de gran trampa para incautos porque, en realidad, lo que hace la poesía es liberar a las palabras de su necesidad de ser ciertas o falsas.

De alguna forma la poesía es un descanso, un soplo de libertad, un asomarse por el tragaluz de la caberna, un terapeútico acceso de locura.

La única lucided es la lucided del loco, abrasadora. Los psicóticos y los físicos cuánticos son en realidad poetas salidos de madre. Se les olvidó volver a casa y ya no pueden acostumbrar sus ojos a la obscuridad lo suficiente como para contar a los demás lo que vieron ahí fuera. Están perdidos.

A Platón la falto valor para volverse loco. A Nietzsche no. En cualquier caso toda esa Melancolía es muy poco sabia. La poesía está bien donde está, no hay que ansiar tenerla más cerca.

La poesía ha de quedarse allá, lejos, en el pasado y en el futuro remotos, en lo que no puede ser del todo.

La poesía, bien entendida, es la cura de humildad del lenguaje.
Bendita cura de humildad.

5/12/11

Dormir, tal vez soñar.

Los recuerdos y las imágenes de Chispas hoy ya son fantasmas. El vacío que deja su ausencia es tan grande que siento vergüenza de echar tanto de menos a alguien que no era humano. Las mascotas tienen la facultad de estar siempre ahí, reductos de la constancia que ofrece la Naturaleza para los enfermos de una vida urbana construida con palabras incapaces de concretar nada.



Adiós compañero. Que la tierra te sea leve.

1/12/11

El futuro ya está aquí.

El futuro ya está aquí. Nos resistimos a verlo, pero no es algo que va a pasar, es algo que está pasando. Ya no vivimos en una democracia representativa. No voy a entrar a valorar las virtudes y defectos del pasado sistema de gobierno, porque pienso que es mucho más necesario centrar nuestros esfuerzos en afrontar el hecho de que el actual sistema de gobierno, llamémoslo mercadocracia (mientras esperamos a que lo bauticen oficialmente) ya no es una democracia representativa.

Todos aquellos que aun votan, que aun confían en los sindicatos, que aun buscan en las antiguas estructuras de moderación del poder de los explotadores una salvación, están equivocados. No es momento de discutir si en el pasado (hace tan sólo unos pocos años), merecía o no la pena seguir los cauces establecidos. Esa es ya una discusión del pasado. Hoy, esas estructuras no tienen poder. Para entender esto, no hay que acudir a los medios de información más alternativos o sospechosos de parcialismo revolucionario, los periódicos mayoritarios lo explican claramente: en Grecia, en Italia; los gobiernos, vaciados de poder, ya no los regentan personajes elegidos por el voto del pueblo. Los regentan mercadócratas (me abstengo de llamarlos tecnócratas), al servicio la cúpula del mundo bursátil, auténtica institución de poder en Europa y Estados Unidos.

Tanto en lo personal como en lo público, el pasado se caracteriza sin excepciones por el hecho de ser algo terminado, perdido, que nunca vuelve, que sólo puede revivirse en el recuerdo. Cuando se confía en los partidos políticos que aceptan esta mascarada (si la aceptan porque aun creen en ella o por interés, tampoco importa) o en los sindicatos tradicionales, cuando se buscan cambios para un estado concreto en un mundo en el que los grandes poderes son internacionales, cuando se piden medidas como reformas de las leyes electorales; se está predicando en el desierto. Se está buscando un futuro, hablando al presente con palabras del pasado. No es algo fortuito, la mente humana tiende a resistirse a los cambios, los poderosos se aprovechan de ello. Tenemos tantas ganas de no ver, que aunque sepamos, negamos lo que tenemos frente a nuestros ojos.

Siguiendo la lógica de lo expuesto anteriormente, me han preocupado profundamente las reacciones ante los resultados de las últimas elecciones generales españolas por parte de mucha gente que supuestamente se opone al devenir político, económico y social en el que se encuentran Europa y Estados Unidos. Puedo entender que, dado que han sido unas elecciones vaciadas de poder, en las que si el resultado no hubiese coincidido con la intenciones de los auténticos dirigentes de seguro España hubiese corrido la misma suerte que Italia y Grecia, la gente haya acudido a votar por el motivo que sea, pero entendiendo lo vano del proceso. Pero me resulta incomprensible que se indignen y se entristezcan al ver el resultado y, sobre todo, que piensen que uno u otro resultado, hubiese cambiado la realidad en la que nos encontramos, en la que los derechos y las libertades sociales se están recortando a un ritmo frenético. Fuera de puntos muy concretos (algunos importantes a nivel ético y moral, como el del respeto y el reconocimiento de la igualdad de derechos de las personas homosexuales), la política bajo un partido u otro va a ser inevitablemente la misma, porque el gobierno de los partidos políticos ha terminado.

A pesar de que soy muy crítico con el sistema democrático representativo, he votado en varias ocasiones. Me considero una persona moderada y reformista. Aunque evidentemente el anterior sistema, por muchísimos motivos, era un sistema injusto y perverso, pensaba que si se podía matizar un poco la realidad de, al menos, el estado donde me ha tocado vivir, no encontraba razones de peso para no intervenir en ella. Pero hoy, si queremos un cambio, ese cambio va a tener que llegar por nuevas vías, vías que en su mayoría aun desconocemos y que tendremos que inventar. Vías revolucionarias, porque ya vivimos en una revolución, una revolución que la izquierda no ha comenzado, pero a cuyo carro debe subirse si no quiere ver como la situación social de la mayoría se sigue deteriorando. Los cambios sociales profundos, de base, más allá de las simples reformas, no son hoy una opción, ni un futuro, ni una utopía. Son una realidad. El Estado del bienestar y la democracia representativa se han terminado, aun están desmantelando sus estructuras, pero ya son algo pasado. Necesitamos inventar un nuevo mundo al que aspirar, ya sea desde las esperanzas exaltadas o desde la prudencia moderada. Porque si no oponemos una ideología nueva, unos nuevos deseos, al mundo que nos están imponiendo, nos lo impondrán sin remisión. Y ese mundo que se está instaurando en nuestras narices, frente a nuestros ojos, es un mundo horrible.

Lo que desde luego es un absoluto ideal, inocente y estúpido, es pretender que el pasado volverá. El pasado, en el que muchos piensan que aun vivimos, es pasado, para siempre.

Revolución significa: “Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales.” Nos encontramos en plena revolución.

P. D. Los primeros ministros actuales de Grecia e Italia son, respectivamente, Lucas Papademos y Mario Monti. El primero pertenece a la Comisión Trilateral, influyente think tank fundado por el banquero David Rockefeller y relacionado con el mundo de las altas finanzas, ha sido presidente del banco de Grecia y vicepresidente del Banco Central Europeo. Mario Monti pertenece así mismo a la Comisión Trilateral, así como al Club Bilderberg (otra institución internacional privada, integrada por personas influyentes del mundo de la economía y la política); ha ejercido de Comisario Europeo de Mercado Interior y es asesor del grupo de inversión Goldman Sachs.

Ninguno de los dos es militante ni está públicamente vinculado a ningún partido político ni profesa ninguna ideología concreta, más allá del apoyo evidente a los principios de la última fase del gran capitalismo.