guiado por las apariencias

15/8/08

Señor A, Señor Z



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El Señor Z es lo que se entiende por un ser despreciable. Bebe demasiado, habla demasiado. Su mujer se casó con él por pura confusión; la pobre aguantó siete años, continuos desprecios y alguna bofetada. Cuando al fin se fue se llevó al hijo de ambos. El Señor Z ha visto muy poco al niño desde entonces. El Señor Z tiene la mirada turbia y una risa siniestra que le asalta cuando se siente incómodo. El señor Z se siente incómodo casi constantemente. El Señor Z trabaja en un banco, odia a su jefe, odia a sus compañeros y odia a los clientes. Es hombre de pocos amigos y no cuida en exceso a su familia, aun está peleado con su hermano por aquel asunto de la herencia de su madre. El Señor Z está solo, muy solo, y sufre por ello. Y aunque es el principal responsable de su situación, su soledad es tal que debería dar pena. Pero no da pena, su aspecto es demasiado desagradable, demasiado consumido en su miseria. El Señor Z despierta sentimientos mezquinos incluso en las mejores personas.
El Señor A es maestro de filosofía en un instituto. Casi siempre sonríe y cree en su trabajo. Aunque sus alumnos se ríen de él, como lo hacen de todos los profesores, la gran mayoría no puede evitar respetar en lo más profundo su dedicación. Es un hombre ya mayor, apacible, grave y un poco melancólico, pero con una sonrisa que cuando aflora llena su entorno de sincera ternura. El Señor A arrastra el peso de preocuparse constantemente por aquellos a los que quiere; ayuda a su mujer enferma, ayuda a sus hijos, ayuda a sus amigos, ayuda a sus alumnos. El Señor A es un hombre sabio, mira siempre a los ojos y habla despacio. La primera nieta del Señor A nació con una malformación en el estómago, lloraba constantemente; sólo los brazos de su madre y de su abuelo conseguían calmarla. Así es el Señor A, el tipo de persona cuyo contacto trae serenidad.
Cuando estalló la bomba en el cine la gran mayoría de la gente entró en estado de histeria. El Señor A no pudo soportar la visión de los cuerpos muertos y mutilados a su alrededor, se sentó de rodillas en el suelo agarrándose la cabeza con las manos y se puso a llorar. Se hizo sus necesidades encima. El Señor Z reaccionó deprisa, alcanzó la salida y ayudó al chico musculoso a mover los cascotes que bloqueaban el camino. El chico musculoso fue el primero en abandonar la sala, seguido de todos los que habían ayudado a retirar los escombros, salvo del Señor Z. El Señor Z regresó sobre sus pasos y volvió a la puerta hasta seis veces; llevó primero a la chica de los ojos cerrados, luego cargó con el niño inconsciente acompañado de su madre, ayudó a la novia del chico sin brazo y luego al chico sin brazo y recogió al Señor A del suelo para sacarle también. El Señor Z y el Señor A estaban muy cerca de la salida cuando detonó el segundo artefacto y el techo se desplomó sobre sus cabezas. Los dos murieron en el acto.
No hay moraleja.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

bueno, lo malo de la vida es q al final te mueres. supongo q el recuerdo q dejará el señor A en sus amigos y familia, y las cosas con las disfrutase, no valdrán de nada, y serán efímeras, pero tendrán cierta validez para quienes le conocieron. Cuando los conocidos del Sr Z digan: q mala suerte; los del Sr A dirán: q desgracia! y para ellos lo será... más triste es la moraleja q tenga esta noticia
http://www.dailymail.co.uk/news/worldnews/article-1045159/Cinderella-Snow-White-Mickey-Mouse-arrested-police-clash-staff-Disneyland.html

Anónimo dijo...

Ya, pero el Señor Z le salvó la vida a varias personas y nadie se acordará de él.

Anónimo dijo...

De todas formas las historia no pretendía ni ser triste ni tener moraleja.