guiado por las apariencias

28/7/08

Coincidencias.

Este sábado iba en el metro camino del trabajo. A pesar de que entro a las dos y media estaba soñoliento, perdido en la fantasía de cómo conquistaré a la actriz de Stranger than Fiction cuando viva en Nueva York. Estoy intentando hacerme menos pajas mentales, pero el viernes había pasado un día flojo y tenía que currar, así que decidí hacerme una pequeña concesión. Mientras me perdía en mis pensamientos miraba de reojo a los personajes que me rodeaban hasta que una mujer en concreto llamó mi atención con fuerza. Tenía un aspecto extraño, guapa, aunque de rostro duro. Sobre todo muy elegante, vestida informal, con un pantalón vaquero, una camiseta negra lisa, unas zapatillas en diferentes tonos de pardo preciosas, un sombrero panamá que a pesar de ser lo que era no llamaba la atención y una rebeca sobre los hombros de color verde aguamarina. Estaba extremadamente delgada y parecía tener unos cuarenta y pocos bien llevados o unos treinta y pico ajados. Mirándola me asaltó el extraño pensamiento de que el día de mañana me gustaría estar casado con alguien así. Serena, expresión melancólica, porte noble, distante, toda su ropa de buena calidad e impoluta pero un poco gastada. Los caballeros victorianos no estrenaban sus trajes, dejaban que el mayordomo les diese el primer uso. Ella, la imagen de la elegancia.

Seguí mirándola hasta que el Metro llegó a su parada y se dispuso a bajar. Se quitó la rebeca de los hombros para ponérsela y poder así caminar con más comodidad. ¿Por qué llevar chaqueta en un día de tanto calor? En la operación pude ver que la camiseta que llevaba era de tirantes, sus brazos hasta los hombros quedaron al descubierto unos instantes. Su delgadez era enfermiza, la fibra muscular se marcaba de forma desasosegante en sus articulaciones escuálidas. Debía de padecer una enfermedad terminal o ser heroinómana o anoréxica. Pienso que lo último es lo más probable. Pero había algo peor: tajos en el brazo, recientes, a penas cicatrizados, profundos y anchos, como hechos con un cuchillo basto de carnicero. He leído que las anoréxicas llegan a automutilarse en su cruzada contra su corporeidad.

La visión de esos cortes me impresionó mucho. Volví a mirarle a la cara que quedaba ya de perfil a mí, mientras ella esperaba a que la puerta se abriese para salir. Se la veía segura y triste, bella, ojos verdes, aristocrática, mandíbulas marcadas y prietas. Daban ganas de salvarle la vida. Se abrieron las puertas, suspiró, se colocó bien la rebeca y salió del vagón.

Escribí el grueso de este relato en el mismo asiento del tren; frenético e impresionado. Llegando ya al aeropuerto, donde trabajo, apuraba las últimas palabras de todo lo que sentía que necesitaba contar. Lo último que escribí fue esto:

"Me da miedo que esa mujer se quite la vida esta noche".


* * *


Esa misma noche hablé con mi amiga Raquel. Se le avecina una relación tormentosa. Me dijo que hacía poco le había dicho a otra personas las palabras: "luz, más luz". Las había dicho citando a Shakespeare, El Sueño de Una Noche de Verano. "Luz, más luz" fueron también las últimas palabras de Goethe antes de morir. Son palabras que no me gustan porque me recuerdan a torres de marfil, a espíritus demasiado etéreos, lejanos a los tejones que somos nocturnos y rechonchos y amamos la penumbra y el calor corporal de nuestras madrigueras. Aun así investigué; "luz, más luz" es, efectivamente, una cita de Shakespeare. Pero no de El Sueño de Una Noche de Verano si no de Romeo y Julieta, como no podía ser de otra manera. Mi obra preferida de uno de mis autores preferidos. No sólo mi obra preferida, sino "esa obra" en concreto.

Malditas coincidencias. Últimamente las coincidencias me han acosado y me han traído una lección: es demasiado duro pensar que no tienen sentido alguno, es demasiado duro pensar que tienen un sentido. Las coincidencias llevan consigo la lección de que, a menudo, lo más sabio es dejar lugar en la vida al enigma, negarse a entender, negarse a controlar, decir "vale". En el fondo de ese pensamiento está el sentido del recurso que utilizo últimamente al yuxtaponer textos cuya relación no acabo de entender pero intuyo. Como esa ansiedad de luz de Raquel, de Goethe, de Capuleto el padre de Julieta y de otros… esa ansiedad de luz en relación con la chica del metro de los cortes en el brazo. Creo que tiene que ver con El Alef de Borges, con un concepto que arrastro desde que leí Dublineses de Joyce: muy en el fondo, todos somos iguales y somos lo mismo y hay una unidad oscura y miserable pero sanadora que nos une. Espero que esa chica del metro esté bien.


* * *


Os dejo con dos historias de autodestrucción. Una mía, que es de lo que más me gusta de lo que he escrito. Otra de un tipo, amigo de un amigo, del que últimamente me están llegando textos. Me parece bastante bueno, firma JP. Si tenéis tiempo, echadles un vistazo.

Saludos

El Tejón.


Esto es un sombrero Panamá.



Ésta es la chica de Stranger tha Fiction.


2 comentarios:

h_sin_remedio dijo...

Y después de leer todo esto, como quieres que ahora siga trabajando?

Me ha gustado mucho tu relato.

Anónimo dijo...

Hey Germán, aqui Víctor desde la bella ciudad de Edinburgh.
Tu amigo JP no debe ser el unico que prefiere follar por la mañana, también lo hace Bukowski en "la mujer más bella de la ciudad". Es un relato bastante conocido, Más Birras tiene una canción llamada Cass (la chica más guapa de la ciudad) basada en esta historia.
Un saludo, ya estoy difundiendo la palabra del señor tejón entre aquellos que la merecen