guiado por las apariencias

9/9/09

Para Ana.

María no era bonita, tenía la piel áspera y el cuerpo huesudo y seco. En el pueblo la tomaban por loca porque aseguraba que podía oír hablar a los ángeles y porque escribía unos poemas dedicados al Señor que resultaban demasiado apasionados, casi carnales. Sin embargo, algo debía de tener la niña, porque los Domingos, cuando cantaba en el templo, a pesar de que su voz no era la más fina, casi todos sentían una agradable sensación de plenitud en el pecho y más de uno tenía que enjugarse las lágrimas. A penas cumplidos los 13, sus padres, recelosos de su extraño comportamiento, la dieron en matrimonio a un viejo carpintero llamado José. Tenían la esperanza de que la serenidad del anciano viudo la encauzara, pero José era un hombre rudo y serio que entendía a su mujer tan poco como el resto. Rara vez le hacía el amor, y cuando ocurría, María sentía una angustia terrible que mitigaba perdiéndose en sus extravagantes fantasías.


Como todas las chicas del pueblo María estaba enamorada de Gabriel. Era un muchacho alto y delgado, de belleza arrolladora, casi excesiva, admirado por los hombres y deseado por las mujeres. Gabriel había sentido posarse en él miles de miradas, pero nunca había visto ninguna tan intensa como aquellas que le dedicaba la joven esposa del carpintero. Él jamás había necesitado ser una persona intensa, la vida le había mimado en exceso. El fuego de aquella niña le llenaba de una sensación de reto que parecía una suerte de cruce de envidia y melancolía.


Un día, mientras José estaba fuera reparando alguna viga carcomida, Gabriel irrumpió en la casa del matrimonio y sorprendió a María en la sala leyendo. El pánico ante el inminente pecado no hizo más que alimentar el deseo de la muchacha. Él ordenó que no gritase, sus palabras ejercieron la autoridad incomprensible de un hechizo. En la cama se abrazaron desnudos, la piel de él era tersa, y cuando la penetró, la matriz se acomodó dulcemente al miembro duro y suave. Mientras el joven se mecía acompasadamente sobre ella, le susurraba al oído que nada debía temer, porque aquello era obra de Dios. Y la niña así lo entendía, porque todo en el acto se sentía divino y correcto. Ambos alcanzaron el orgasmo a un tiempo, ella nunca había experimentado nada parecido, como agua fresca recorriendo el interior de su cuerpo, como una erupción de luz en sus entrañas.


Gabriel ya no volvió a visitarla y esquivó desde entonces sus ojos tiernos, domados. Al no menstruar por segundo mes consecutivo estuvo a punto de sucumbir al pánico, llevaba casi un año sin acostarse con su marido. Pero María gozaba del talento de los poetas y con tal seguridad y pureza en sus ojos contó a José y a todos que aquel fruto de su vientre era obra de Dios, que los aburridos aldeanos se dejaron seducir y creyeron. El misterio fascina a los sencillos que intuyen su valor sin comprenderlo y lo necesitan para sobrellevar la dura rutina del trabajo. Así de útiles son los artistas.


Consecuente con su fantasía, María crió al pequeño como si realmente fuese fruto de un amor divino, perfecto, un sentimiento que sólo puede existir en el mundo de las ideas, en el cielo, en las mentes de aquellos seres tocados por la gracia, capaces de conservar la lúcida intuición de la infancia.


_________________________________


Inspirado por una anunciación de Fra Angelico. La estricta simetría de las anunciaciones de este pintor siempre me ha hecho pensar en María como un doble del ángel al que las alas le han sido extirpadas. Como un Ícaro, símbolo de la ensoñación castrada.

1 comentario:

Mark dijo...

Esta muy bien hecho el giro de tu historia, me gusta como utilizas los personajes convenciones, para crear un relato original y provocativo. Es sugestivo, lleno de matices por los cuales puedes salirte, para encontrar guiños perversos de la historia.

Me sorprende el poder que un cuadro ejercer en ti.