guiado por las apariencias

24/3/09

Pinceladas.


Pincelada de Roy Lichtenstein. ¿Por qué de repente ser posmoderno significa hacer las cosas cutres y no poder hacer pintura figurativa? ¿Es que nadie se acuerda de gran parte de lo que fue el pop? Hombre, un poquito de por favor, que todo esto es de antesdeayer...


He desarrollado últimamente la sana obsesión de acercarme a los cuadros. Con los ojos puestos a escasos centímetros de la tela o la tabla se entra en contacto con aquello que está más allá de todo ilusionismo y de todo concepto, aquello que es, al final, le pese a quien le pese, lo fundamental de un cuadro: la pintura. Acercarse a los cuadros es una actividad sanísima para el crítico, porque le recuerda que su profesión se basa en la falacia, en llenar la forma de palabras y palabras, que pueden ser más o menos lúcidas, pero que nunca deben distraernos de lo primero y principal: la pintura. Hay pinceladas finísimas, imperceptibles, finamente melancólicas en su intento de domar por completo la forma, y las hay amplias, excesivas, orgiásticas, que nos emborrachan de color y de masa.

La relación entre ilusión y pincelada es tan crucial que me ha llevado a pensar últimamente que el tópico de que Velázquez es la gran cumbre de la pintura occidental se demuestra objetivamente en el hecho de que es por antonomasia el pintor que pone en evidencia esa relación. Esas "manchas distantes" que decía Quevedo. Acercarse a los lienzos de Velázquez se convierte en una necesidad evidente, nada rebuscada, en Velázquez el ilusionismo de la imperceptible pincelada fina de Van Eyck o Rafael y el exceso exhibicionista de Rubens o Tintoretto se dan la mano de una forma que no me atrevería definir con otra palabra que no fuese mágica.

Es una carencia lamentable en mi gremio el hecho de que prácticamente ninguna de las personas que hablamos de pintura sepamos pintar. En El Crítico Artista, Óscar Wilde otorga al crítico el más alto status dentro de los artistas, su ausencia de actividad práctica le convierte en el más refinado y más intelectual de los creadores. Este ensayo del genial escritor británico es a mi parecer uno de los más importantes libros de la historia del arte contemporáneo, y digo contemporáneo porque resulta evidente que hablamos de un libro tremendamente "duchampiano" avant la lettre (o avant la ouvre, en este caso *). Adoro a Wilde y a Duchamp, tal vez porque tengo debilidad por la inteligencia, pero hay que reconocer que como buenos humoristas, ambos dos destacan por encima de todo por su mala leche. La ironía es un ácido terriblemente corrosivo que ha deshecho a la pobre pintura. Es tremendo pensar que la invención de la crítica y la historia del arte precede en no mucho tiempo a la tendencia a la supresión de la plástica. De alguna forma una pandilla de señores (entre los que hoy me cuento) que no tenían ni idea de en qué consistía el coger un pincel y untar con él una superficie, se dedicaron a cargar esas bellas pinturas de palabras y palabras, hasta que las palabras taparon la pintura, y empezó a dejar de verse lo que había debajo. Así, cuando Picasso y Braque ponen letras de imprenta en sus cuadros, se están dando cuenta de todo, y lo mejor es que lo hacen sólo durante unos años, como para sacudirse todas esas palabras o como para empacharse de ellas hasta la nausea y luego poder seguir pintando. Luego viene Duchamp, y pasa otra cosa, Duchamp supone el triunfo del crítico artista de Wilde, Duchamp hace lo que todos esos pesados hombres de letras habían querido hacer en realidad durante tanto tiempo y no se habían atrevido: se hace pintor sin saber pintar. Y es que es verdad: una imagen vale más que mil palabras, conceptualmente a lo largo de toda la modernidad desde su más remoto germen en el mundo gótico, la plástica ha sido un vehículo más lúcido que la palabra escrita. Ni filosofía ni literatura fueron capaces de ser tan modernas como Giotto en la capilla Scrovegni, como Brunelleschi en las puertas del baptisterio, como Bellini en su desnudo con espejo, como Velázquez en las Meninas, como Goya en sus pinturas Negras, como Chardin en su Raya, como Picasso en sus Señoritas de Aviñón. Y es que el problema de las palabras es su excesiva concisión, su voluntad de precisión, y claro, quien mucho aprieta, poco abarca *. Por muy metafórico que sea una verso nunca dejará tantos caminos abiertos como una pincelada. Y esa obsesión por precisar implica que los hombres de letras sean personajes obsesivos que todo quieren acotar y controlar, personajes que envidian la libertad de la pintura. Claro que es mejor un filósofo que un jurista, un novelista que un filósofo y un poeta que un novelista, pero al final, hasta Baudelaire se pone muy pesado jaleando a Constantin Guys mientras tiene delante a Manet, que tampoco le gusta tanto cuando es inmensamente mejor. Y volviendo a Duchamp, hijo de notario, no me cansaré de repetir que en Duchamp es muy importante el hecho de que era un pintor malo, y de que era lo suficientemente listo como para saberse malo, y que en todo su juego hay mucho de ver hasta donde era capaz de engañarnos a todos, y en este sentido no mata a la pintura, si no que pone en evidencia que la pintura ya estaba muerta o herida de muerte, porque Duchamp tiene la elegancia de no dedicarse tanto a escribir como a producir cosas que hagan escribir a los demás, y que cuenten lo que quieran. Lo importante es que no hay forma detrás, así, los hombres de letras han destruido y suplantado a su adversario, y no hay más que pasearse por las galerías de arte contemporáneo para corroborarlo. En mi opinión es una desgracia, y el problema no está en el medio o en la carga conceptual de la obra, porque es estúpido insinuar que una obra bien acabada formalmente no puede contar tantas cosas o más que una chapuza, el problema es que la forma no importe. En este sentido Bill Viola es tan anacrónico como Guillermo Pérez Villalta (en este sentido, porque en lo importante ambos son atemporales).

Y volviendo a la pincelada y a la gravísima ignorancia que los de "mi gremio" acarreamos en lo que respecta al oficio de la plástica, cerraré hablando de lo maravillosas que resultan las grabaciones de artistas en la práctica de su oficio. Si algún día llego a ser un personaje relevante en este mundillo en el que me muevo (cosa que dudo), promoveré la realización de una serie de videos en los que se muestre como trabajan físicamente diferentes artistas, porque basta ya de entrevistas cansinas sobre las personas con las que han follado o sobre sus pajas mentales varias, yo lo que quiero es ver como pintan, como esculpen, como rebelan, como montan, que es al fin y al cabo de lo que yo quiero hablar y de lo que al final menos sé y menos se habla. El Misterio Picasso, las grabaciones de Pollock, Antonio López en El Sol y el Membrillo, el video de Lichtenstein de la magnífica exposición que hubo en la Juan March hace unos años, son para mí documentos cruciales en mi carrera y en mi vida. Y por desgracia no puedo citar muchos más. Uno sí, el de la película koreana Ebrio de Mujeres y Pintura, en él nos damos cuenta de que la importancia del gesto en la pintura y la caligrafía orientales tiene mucho más presente la importancia de la pincelada, de la forma en su nivel más básico, más instantáneo. Al fin y al cabo, la magia que tiene el arte de sobrevivir al tiempo encuentra su más íntima expresión precisamente en esos trazos de los que hablaba al principio, porque cuando nos acercamos al lienzo, a la forma pura, vivimos la más bella catarsis que nos ofrece el arte, la catarsis de la forma, de revivir la majestuosidad con la que los maestros del tiempo han depositado el pigmento sobre una superficie. Y por encima de juegos de espejos y de paradojas conceptuales, el sumun de la palabra "inmortalizar" se alcanza en Las Meninas cuando nos acercamos a la tela y la pincelada del remate del cuello de Margarita se hace evidente con toda su inconcebible perfección, y así, de cerca, entendemos que el gran vencedor al tiempo del cuadro no es Felipe IV, cuya presencia revivimos al suplantar su papel frente al espejo, si no Velázquez, él y su prodigiosa mano.

A modo de epílogo me gustaría añadir que en ningún caso quiero dar una impresión de catastrofismo. El acabado formal no ha sido en absoluto desechado o destruido, ha encontrado, de hecho, un campo de desarrollo infinitamente más amplio que el de los museos y galerías: el de la producción industrial. Cada vez ando más interesado en el diseño gráfico, textil e industrial, el s. XX está plagado de tesoros magníficos en carteles, envases, libros, prendas y objetos de todo tipo. Nunca se me ocurriría insinuar que diseño y arte son la misma cosa, no lo son, pero sí me atrevería a decir que el primero se encuentra en un estado de forma (es decir, en un estado formal*) mucho más saludable para aquellos que aun nos dejamos seducir por lo que resulta atractivo a los sentidos.

Plata y oro.

El Tejón.

P.d. Después de mis vacaciones, necesarias no por el volumen de mi actividad si no por la excesiva pasión y obsesión con la que me tomo todo, vuelvo a escribir. Tengo un cuento largo en corrección que no va a ser gran cosa, pero bueno. Lo importante es que he vuelto con ganas y que vuelvo a disfrutar escribiendo, como dije voy a intentar colgar cosas más acabaditas, en fin, ya iré viendo…



* N. d. E.: lo mejor de tener un blog es que eres tu propio editor y te puedes permitir bromas pedantes tan lamentables como estas.

2 comentarios:

Mark dijo...

"Contra toda opinión,
no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros"
Marcel Duchamp

"Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad;
si lo hiciera, dejaría de ser artista"
Oscar Wilde

isa dijo...

hace unos días que ví el "felipe IV" y era imposible resistirse a acercarte...
interesante reflexión...
me alegro de que hayas recuperado la escritura...
por cierto, * me hace mucha gracia tus propios comentarios a tus bromas!
ah! y este post me pido que sea para un empresario farmacéutico menos.