guiado por las apariencias

30/8/11

Primera I.

Primera parte del texto: I.I.I. ; 3 conceptos necesarios de los que el 15-M adolece.

1) Internacionalismo: “proletarios del mundo uníos”, los ideales de justicia y solidaridad universal son la base de toda ideología de izquierdas (quien piense que esto no es un tema de “izquierdas” y “derechas”, se equivoca, en mi opinión, de pleno, pero eso ya lo comentaré más adelante), han de serlo. La izquierda entró en la asfixiante decadencia en la que ahora se encuentra cuando perdió su espíritu internacional (la historia soviética es el ejemplo más representativo de esto). Todo nacionalismo es una proyección alienante del individualismo y del egoísmo: defiende lo tuyo, no lo de todos. Esto divide la lucha social y deja a los sujetos aislados, desvalidos frente a la opresión de las clases dirigentes. Luchar por los derechos de uno está un paso por delante de la pasividad social, pero no es una actitud verdaderamente revolucionaria. Hemos de luchar por los derechos de todos. Si no llevamos esto en la cabeza va a ser muy complejo integrar a inmigrantes, coordinarnos con ciudadanos de otros estados (algo necesario), ser efectivos.

Esta concepción nacionalista e individualista de la lucha social se hace particularmente grave en un contexto, el contemporáneo, en el que los dirigentes (los poderes bursátiles y, sólo en segundo lugar, los políticos) piensan y actúan a escala global. El internacionalismo es una concepción que surge en los movimientos obreros y fue durante más de un siglo patrimonio de la izquierda. Hoy esa situación ha dado un giro de 180º y son los poderosos los que entienden que todos los hombres somos iguales (aunque sea iguales como objetos de su explotación), mientras que nosotros seguimos intentando, sin éxito, provocar un cambio social en una nación concreta (España, por ejemplo).

La mayoría de las reivindicaciones surgidas del 15-M van dirigidas a un estado concreto. Un estado que, como todos en el Occidente contemporáneo, no es más que un pelele, una cortina de humo que no hace sino acatar las órdenes de ese ente pretendidamente abstracto que son “los mercados”, que en realidad es una clase dirigente concreta y muy reducida, con nombres y apellidos, que gobierna Occidente y el orbe de forma anónima. Éste ha sido uno de los hallazgos más cruciales de nuestro tiempo: desde el auge del neoliberalismo en la década de 1980, los poderosos ya no son personajes públicos, figuras sociales que la gente emula, aspira a suplantar, ama o envidia. Hoy son seres escondidos. Ni siquiera las personalidades más visibles del mundo bursátil, como los multimillonarios mediáticos (Bill Gates o Carlos Slim) o los grandes banqueros emblemáticos de generaciones pasadas (Marcelino Botín) son el verdadero problema. Los grandes presidentes de agencias de inversión, que mueven cantidades aun mayores de capital aunque no lo posean directamente, son fantasmas, y gran parte nuestras vidas dependen de sus decisiones.

¿Cuanta gente sabe quien es Laurence Fink? Se dice que el mejor truco que inventó el Diablo fue hacer creer al hombre que no existía. Quememos las banderas y aspiremos a una revolución internacional contra los verdaderos opresores, que son internacionales. Que el miedo a la incapacidad de trascender las fronteras de nuestra nación (fronteras meramente humanas, inventadas por los poderosos a lo largo de la historia), no nos detenga.

Los matices ideológicos son vitales, en la vida íntima y en la vida social del hombre, si pensamos a escala nacional nos será imposible superar a la clase dirigente internacional que nos oprime.


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