guiado por las apariencias

22/12/09

Querida Gatis X

Querida Gatis:

Siento llevar tanto sin escribirte, lo hago en este momento desde un porche, en un hotel en Hawaii. He deambulado un poco por el Pacífico y no ha sido nada fácil acceder a Internet. Al final he tenido muchos problemas con el pasaporte, pero no quería volver. He tenido que acudir a Michael, que me ha conseguido que un amigo me haga un falso contrato de trabajo, aquí en esta isla estadounidense. He vivido un montón estos meses, la visión del océano te cambia profundamente, esa infinitud, ese vacío azul, inmensidad ciega. Uno se siente más pequeñito, no creo que la Ilustración o el Renacimiento hubiesen sido posibles en este entorno. Han sido días apacibles pero también extraños, cargados de una angustia sorda y de un sentimiento cercano a lo místico. Todo empezó en la Isla de Pascua, pasé unas cuantas semanas allá, vi todos los moais y aprendí algunas cosas sobre ellos; su sublime frialdad sobrecoge. Allí, minúsculo, me sentí como un monstruito, como una pequeña alimaña, creo que las personas, con nuestra obsesión por pensar, somos los más grotescos de los animales, caminamos haciendo un ruido absurdo mientras que la realidad calla, dueña de una sabiduría vacía que no podemos comprender. Pensé muy poco esos días, observaba el mar y la roca, el sonido de las olas. Me sentí limpio, lloré sin sentido y sonreí sin sentido, solo. También me invadió la angustia por dejar de entender quien soy, por perderme en ese azul, por sentirme como una bolsita revuelta en su interior a punto de abrirse a la nada circundante, supongo que acercarse a Dios significa morir. Creo que no hay plenitud con personalidad, no se puede ser perfecto y tener nombre, el cielo debe de ser un lugar terroríficamente aburrido. Recordaba una y otra vez, de forma siniestra, una frase del tebeo Akira: “no dejes que la alucinación te consuma”. Cuando alucinamos nos dejamos no ser, cedemos a la locura, pero si lo que vemos no importa, si todo viene y va, ¿para qué estar sujeto a la realidad? ¿qué más da? He estado haciendo funambulismo en el filo de una navaja. La isla se presta a ello, conociéndola un poco se puede uno mantener relativamente al margen de los turistas, he caminado cientos de horas por su hierba y por su roca, bajando a la playa para bañarme desnudo, embriagado de tacto y sonido. A los solemnes muais les he cogido un cariño sencillo y tierno, respetuoso también, como si fuesen una suerte de poderosos padres que me sostuvieron en mi extraño camino.

Por la noche, bebía té y jugaba un par de horas al póker. Lo hacía sin pensar en absoluto, nunca he jugado tan bien. Gané mucho, viví con comodidad; en un bungaló fantástico en un hotel caro. Un lugar elegante, con una comida estupenda, construcciones de madera y servicio discreto y amable. No se puede decir que halla sido exactamente feliz ni desgraciado, he encontrado al tiempo mucha paz y mucha desolación, paz por el vacío, desolación ante el vacío. Me preocupaba especialmente que mi deseo sexual estaba por los suelos, a pesar de pasarme el día viendo a turistas con poca ropa, algunas muy guapas; nada. Creo que esto en concreto me ha venido bien, como una limpia, y ha sido fundamental, un paso en mi vida.

Creo que siempre he tratado de encontrar un sentido épico a mi existencia; en el arte, en la amistad, en la pura experiencia, en todo. Pero al tiempo, he guardado siempre cierto cinismo, cierta sensación de que todo se derrumbaría en algún momento. Creo que sólo una cosa escapó a ese descreimiento; el amor de pareja. De entre todas las cosas que he buscado, ha sido en encontrar a una media naranja en lo que más auténtica fe he depositado, por eso la crisis fue total al perderte, al perdernos, por eso empecé este viaje. ¿Se puede vivir sin esperanza? La esperanza es resistente, tenaz, pero no es lo último. Tras ella queda la melancolía, tras la melancolía, el humor, tras el humor, la angustia, y tras la angustia, tal vez nada, pero esa nada ya no es nada, porque sin nada no hay palabras, ni conceptos ni nada. La paz. Mi amigo Javi me dijo en una ocasión que yo era un tipo muy interesante porque me dedicaba a construir cosas enormes y a destruirlas una vez terminadas, he tardado años en entender lo que eso quería decir.

He estado comiendo realmente poco, todavía estoy muy delgado, más aun que de costumbre. A finales del Otoño (aquí Primavera) pasé además el dengue, una enfermedad que trasmiten algunos mosquitos y que es una especie de gripe fuerte con fiebre alta y dolor en los huesos. El dengue duele duro de verdad, en las muñecas, en las rodillas, se siente como si todo tu cuerpo se quisiese descoyuntar. Sufrí, pero sufrí con una serenidad que de nuevo me asustó. Pasé tanto miedo, tanto miedo cocido en mi propio sudor, sólo, perdido y aterrorizado exclusivamente por una causa; por no tener miedo de morir, por no echar de menos, por estar bien, por ser libre. Pasaron los días febriles sin aburrimiento ninguno, de nuevo completo en la experiencia de escuchar, de tocar, de oler sin juicio alguno el gusto de mi propio sudor.

Luego me recuperé y desde entonces me he ido centrando un poco. La primera persona con la que volví a intimar fue Klauss, un niño alemán que estaba de vacaciones con su padre. Klauss tiene seis años y habla inglés porque su madre es australiana. Se acercó a mí algunos días después de curarme del todo, mientras desayunaba en el comedor del hotel. A pesar de que es sólo un niño, su saludo me intimidó, si hubiese sido un adulto sin duda no hubiese sido capaz de hablar con él, estaba demasiado sumido en mí mismo. Pero Klauss es un muchacho regordete de mirada brillante, los niños pequeños son así de limpios, ya parlantes pero aun no del todo humanos. Debía tener yo un aspecto lamentable, escuálido y con una barba enorme que aun llevo, afortunadamente el padre de Klauss es una suerte de exhippie adinerado y no se asustó demasiado. Klauss y yo nos presentamos y comenzamos a charlar. Me pidió que le contase un cuento y le resumí El retrato de Dorian Gray. Supongo que no es lo más apropiado para un niño pero el caso es que le encantó y a la mañana siguiente, en el desayuno, me pidió otro cuento. Le conté la Isla del Tesoro. Y así fui recuperándome, recuperándome en un sentido literal porque volví a ser yo, volví a tenerme un poco, volví a recordar. Todo ello a través de historias, de historias de otros tan importantes para mí que ya son mías, y ahora un poco de Klauss también. Le conté 1984 mezclado con Un Mundo Feliz, y Alicia en el país de las maravillas, y Frankenstein, y Peter Pan, y Narciso y Goldmundo, y el cuento de los siete hermanos que se convirtieron en cuervos y el de la muchacha sin manos, y el mito de Eros y Psique y el de la caja de Pandora, y la historia de David y Goliat, y la de Sansón y Dalila, y la de Indra aprendiendo el secreto de la Maya de Vishnu. Le conté las aventuras de Ulises en su viaje a casa, y los amores de Romeo y Julieta, y el Drama de Segismundo, encerrado en un torreón por su padre desde su nacimiento. Y el último día le hablé del Tejón, que había cruzado el océano en busca de algo que ni él ni nadie sabe lo qué es, algo que nadie encuentra nunca. Los ojos azules de Klauss imaginaban cada escena, sus oídos acogían cada palabra con fuerza. Lloró un poco el día que nos despedimos. Yo, en cada desayuno que pasé haciendo de cuenta cuentos, fui recuperando el apetito y entre unas peripecias y otras me comía mis buenas tostadas y mis buenas macedonias de frutos tropicales.

Y más o menos así me ha ido, poco después de Klauss me fui yo también de Pascua, visité algunas islas más y acabé en Hawaii, como te dije, donde, de momento, me encuentro agustito, aunque ya estoy tramando un nuevo destino de viaje...

Tengo muchísimas ganas de saber de ti, escribe pronto.

Te mando muchos besos.

El Tejón.

2 comentarios:

Mark dijo...

"La Navidad no es un acontecimiento eterno, sino una parte de nuestro hogar que llevamos en nuestro corazón." (Freya Stark)

Felices Fiestas Señor Tejón.

Samantha E. dijo...

Hola, me agrada lo que escribes.. Se me permite seguirte? ...