- Ey!
Ella se dio la vuelta. Estaba tan guapa en la calle como en el bar.
- ¿Sí?
- Perdona, te vi dentro. Yo... mira no suelo hacer estas cosas, pero
por cómo nos miramos antes... Creo que fue una de esas veces ¿Sabes?
- ¿Una de esas veces?
- Sí, de esas que luego te acuerdas, ves a alguien que te gusta y
como que conectas por un momento... y normalmente no le dices nada,
pero te queda el recuerdo.
- Ya... emmm...
- ¿Sí?
- ¿De verdad quieres escribir esto?
- ¿Cómo?
- Mira, ni siquiera me has puesto nombre todavía, pero como
personaje tuyo te digo que es un poco patético que vuelvas a ponerte
a escribir diálogos de “chico conoce a chica” en los que un
alter ego tuyo es el chico. Tampoco es que fuese gran cosa cuando lo
hacías hace diez años, pero ahora ¿no estabas escribiendo un ensayo sobre economía o psicología o algo así?
- Ya, pero es que tengo resaca, no me apetecía trabajar en algo tan
denso...
- ¿Resaca? Más bien es que estás salido, siempre haces estos
rollos cuando estás salido.
- Bueno, sí, supongo. Lo dices como si fuese algo que me tendría
que dar vergüenza.
- Pues no se... el problema no es estar salido, es recurrir a tu
imaginación sistemáticamente cuando lo estás. ¿Te das cuenta de
que has tenido muchas más relaciones imaginarias que reales?
- Emm... como todos los hombres del mundo.
- Noooo, la mayoría de los hombres han tenido más relaciones
SEXUALES imaginarias que reales. Tú te has dedicado a enamorarte de
nosotras en tu enferma cabeza una y otra vez...
- Bueno, entonces en vez de ser como cualquier hombre, soy como
cualquier mujer.
- Mira, porque sea habitual no deja de ser insano y patético.
Además, no es lo mismo pensarlo que escribirlo. En serio, no puedes
pasarte la vida con la mierda de la mujer ideal. Vete a retozar con
tu señora esposa y déjanos en paz.
- Retozar con mi mujer está bien, está muy bien, de hecho. Pero
también me gusta contar historias y no hay historia en las
relaciones estables y felices, si quiero escribir tengo que
fantasear, ¿no? No lo hago como cuando tenía 20 años, ahora soy
mucho más consciente de que son sólo fantasías, pero tengo que
abandonarme un poco a ellas si quiero contar historias.
- Bla, bla, bla. ¿Has pensado alguna vez en cómo nos sentimos
nosotras?
- ¡Sólo sois personajes de ficción!
- Ah, claro, cuando te interesa somos “sólo” personajes de
ficción. Cada vez que empiezas una historia seria y la dejas sin
acabar te sientes culpable por haber dejado a los personajes tirados.
Todavía te escuece haber abandonado a la ejecutiva del futuro que
ayudaba a una niña a buscar a sus padres, y tienes pesadillas porque
nunca escribiste esa película sobre los dos camellos adolescentes.
Pero a nosotras que nos den por culo. Nosotras, de las que tú mismo
te quedas prendado y por las que bebes los vientos, nosotras sí
somos de usar y tirar.
- Puff, mi propio personaje ha resultado ser una “ex” resentida,
tengo más resaca de la que pensaba. Mira, yo pretendía que
tuviésemos una historia cursilona
que me alegrase la mañana a mí y a los 4 lectores de mi blog...
- Pues no va a ser esta vez, no
conmigo al menos, vuelve a tu coñazo de libro y déjate de
tonterías.
- ¿Sabes? Esas amantes que me he
inventado estaban todas locas, pero solían ser en algún punto un
poco más tiernas que tú.
- Bueno, pues igual es que algo sí
has madurado.
- Igual...
Se hace un breve silencio, ella
aprovecha:
- Ala, yo me voy, además he
decidido que tengo novio, llevamos 3 años juntos y somos felices.
- ¡Pues bien que me ponías ojitos
en el bar!
- Y tu a mí y estás casado.
- En esta historia no estoy casado.
- Pues entonces parece que vas a
dormir sólo, a no ser que te inventes un perro muy cariñoso...
Se fue, era primavera y se había
puesto una camiseta de tirantes, tenía los hombros redondos y su
piel blanca parecía suave. Hacía hora y media, en el bar, la miraba
reír y sentía una irresistible atracción hacia ella. Reía
constantemente, a penas podía tomarse su bebida. Y, a veces,
mientras reía, le miraba. Le miraba con esa sensación de profunda
felicidad que sólo da la fiesta, la desinhibición, el trance.
Enamorarse es justo así, como la fiesta; más verdadero que la rutina por ser
instantáneo, por no conocer el pasado ni el futuro. Todas las
promesas sinceras que trae son mentiras al día siguiente. Arrasa, como un
torrente. Llega en un segundo y a veces lo que deja tras de sí dura
una vida entera, pero tomando otra forma: de rencor, de nostalgia, de
amor o de cualquier otra cosa.
Otras veces, se olvida.
Isabel estaba ya lejos, a la luz de las farolas, con su camiseta de
tirantes roja, a penas era una mancha en la que se distinguía
levemente el vaivén de unas caderas. Giró una esquina y
desapareció.
Su fiel perro Patas le esperaba en casa.
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