La mayoría
de las gentes de todas las partes y de todos los tiempos viven intentando
disfrutar de vez en cuando de un olor, de un sabor, de bailar, de tocarse. Sólo
el puritanismo impone una vida sin días de fiesta, una vida donde los días de
penitencia son todos y donde incluso el descanso está medido y regido por la
regla. El descendiente ideológico de ese puritanismo, el capitalismo, mantiene
esa obsesión por hacer de todo una cuenta, una orden. En él incluso el descanso
está cuantificado. Nos estamos forzando a ser fanáticos, tan
fanáticos que creemos que esta forma de vivir es inevitable, innegable,
insustituible. Somos tan religiosos que nos creemos laicos, porque hemos
olvidado que hay alternativas a la fe.
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