guiado por las apariencias

27/10/11

Silencio, imagen, metáfora, palabra (Apuntes para un nuevo libro).

Lo que está en crisis es la ambigüedad. Difiero con Lacan, ya no soy lacaniano. Hasta hoy lo era casi por completo, aunque de una manera completamente heterodoxa. No está en crisis la palabra, el logos, lo que él llama lo simbólico. Es decir, SÍ lo está, pero no sólo. Lo imaginario está también en crisis. La clave es que se han roto los puentes entre ambos mundos; la metáfora, el símbolo, la ambigüedad. Eso es lo que está en crisis.

Hablar con mis amigos que están metidos en las teorías (religiones) conspiranoicas me dio la clave. Discutían con mis amigos cientifistas. El gran vicio del pensamiento Occidental desde Descartes y la ilustración es la literalidad. Se corrompe la función del mito, del símbolo. La ciencia, y toda la mitología del NWO, son fantásticas, están llenas de verdad, pero sólo si entendemos que son metáforas. Salvo el conocimiento más carnal, más cotidiano, emotivo (HUME HUME HUME), todo lo demás es metáfora en mayor o menor medida. Todo texto tiene una relación con lo real relativa, mayor o menor, pero relativa. Wittgenstein: el lenguaje como límite, lo que llamamos conocimiento es una articulación humana, una herramienta. El Conocimiento, con mayúscula, es imposible, salvo en un sentido metafórico. En ese sentido Heidegger apunta al callejón sin salida: la ontología, desde el logos, lleva a un punto cero. Desde la palabra lógica, el ser es prácticamente nada. Pero Heidegger comete el mismo error: desprecia lo imaginario. Imágenes pero también sonidos y tactos. El mundo de la percepción: puede entenderse como otro lenguaje, otra fuente de conocimiento. Con otros límites.

La percepción es peligrosa, según se emancipa del cuerdo dominio del logos flirtea con el delirio. La locura no es otra cosa que el choque con la realidad a través de la percepción pura. El delirio surge como un intento desesperado, desmedido, canceroso, del lenguaje de domar lo que se ha vuelto indomable. Para abrirse a la percepción es necesario disciplina, una nueva forma de cordura vacía, tan vacía como la realidad: ZEN. Pero a ese lado no hay deseo, ni perversión, ni amor. Cuidado con la libertad, cuidado con el deseo de dejar de desear. Cuidado con la sabiduría, en exceso es mortecina.

Entre logos e imagen: los puentes. Símbolo, mito, metáfora. Entender que estamos en dos mundos a la vez, y en ninguno. Tratar la cuestión como un “donde estar” aclara muchas cuestiones herméticas: importancia de la topología. Cuando Duchamp dice que las palabras no sirven para expresar nada, salvo en la poesía, se refiere a eso: la palabra lógica (de logos) no llega a determinados lugares. Está un paso más lejos de lo Real que la percepción. En la metáfora la lucidez de la imagen se integra en el orden de la convención lógica. Es un proceso totalmente irracional y necesario. La fuerza de la percepción pura es el ornamento, por sí sola ya es arte, en el símbolo la imagen pierde un punto de hipnotismo, de potencial vórtico (de vórtice), pero nos permite compaginar iluminación con ubicación, saber algo sin dejar de estar por completo.

Crisis de la metáfora: Hoy tenemos por un lado desaforadas experiencias imaginarias: publicidad, máquinas expendedoras de imágenes, todas las imágenes de nuestro tiempo colocadas en fila llegarían mas lejos en el espacio (sideral) que ninguno de los inventos de la ingeniería. Imágenes perdidas, despreciadas, de usar y tirar. Perversiones baratas, superficiales, ñoñas. Ninguna conciencia del saber de las imágenes, muy poca consciencia. El cine como último bastión.

Luego la ciencia. Literalidad brutal, religión gnóstica simplista que ha contagiado a otras religiones. Ese creer en el verbo concreto siempre ha sido un peligro de estupidez, el peligro de la gnosis cuando abusa de sus recursos. El peligro de Platón (también del cabalismo, de parte importante del judeocristianismo), aunque Platón dio una lección a todos en la academia sobre la verdad de los mitos cuando Aristóteles y los demás físicos rebatían la validez del mito del Timeo. La Ilustración intentó sepultar con la literalidad de la palabra toda ambigüedad, toda inconcreción de las imágenes, de los aromas, de los ruidos. La Ilustración es gnóstica (pensar en los masones, el mito de los Illuminati alude al peligro gnóstico). Ante esta presión, la imagen se reveló en una forma empobrecida: la fantasía propia del Romanticismo. Ángel Lorenzo González tiene razón en advertir contra la fantasía. Yo siento debilidad por la fantasía, debilidad perversa (fantasía, en este sentido es = a fantasma -Lacan-).

No puede haber ideología mientras no entendamos que toda ideología es metafórica. A día de hoy no podemos pensar. Estamos creando una suerte de Nueva Edad Media, incapaz de generar pensamiento, donde el saber va desapareciendo, recluido cada vez más en algunas cabezas, escasas, sólo recopiladoras y revisionistas de una cultura pasada. Debemos asumir el reto de recuperar la imagen, desde el hoy. Muy pocos pensadores modernos piensan con imágenes: Nietzsche a veces, Lacan a veces, Baudelaire a veces, el gran maestro en esto es Benjamin. Y Duchamp. Y los grandes creadores de imágenes que quedan: John Ford, Buster Keaton. Y el humor. Pero si ya me da reparo escribir sobre las imágenes, si ya profano con ello su poder ornamental, sobre el humor mejor me callo.

Ah, el silencio, la elipsis, nada, absolutamente nada tiene su poder metafórico. WITTGENSTEIN, WITTGENSTEIN, WITTGENSTEIN.

P.D. Ahora que ya escribo cosas que nadie va a entender, igual gano un poco de prestigio académico…

P.D.2 Sobre los narcóticos: útiles para abrirse a la imagen. Desubierto su poder, mantenido en secreto desde finales del XIX. El punto de lucidez que tienen el Romanticismo de finales del XIX (decadentismo si se prefiere) viene de ahí. Pero en los 60’ se banalizaron, el abuso de la droga del hippismo es el equivalente a la perversión de la imagen en la propaganda, de la mercancía en el fetichismo consumista). El hippismo fue un fracaso telibre, mucho más importante de lo que pensamos. Responsable del paso a la última fase del capitalismo en los 80’. Tal vez su fase terminal.

P.D. 3 La sinestesia como metáfora de la metáfora. Experiencia en varios planos a la vez. Coherencia de la incoherencia. Lucided.

P.D. 4 Próximas lecturas necesarias: Merleau-Ponty. Y los que han tratado el símbolo: Jung, Casirer, aunque estos dos y otros de su línea me han decepcionado cuando me he acercado a ellos. Mirar el Cuaderno Rojo.

P.D. 5 Hornamento y humor. Sabiduría un paso más allá de la metáfora. Sabiduría inútil, imposible de gestionar. Necesaria.

13/10/11

La vista de Villa Medici.

Lacan dice en algún sitio que no vemos realmente en tres dimensiones, es el tacto, el abrazo, lo que nos permite percibir realmente la tridimensionalidad. Por supuesto que nuestra vista tiene cierta habilidad para interpretar la profundidad y las distancias, pero es una habilidad limitada y torpe, fácilmente engañable, como así lo demuestran los juguetes ópticos, el cine o la pintura ilusionística, entre otras cosas.

El espacio se nos escapa, como el tiempo. Andamos demasiado obsesionados con el tiempo, yo el primero, y nos olvidamos de ese gran enigma que es también el espacio. La tentación de explotar el recurso de la perspectiva en la pintura es demasiado fuerte: qué maravilla poder recrear el espacio donde no lo hay. Es más, en las pinturas a menudo el espacio está mucho más definido que en nuestra percepción habitual de objetos tridimensionales. S. XV italiano: culto al espacio bien delimitado, asimilable por el ojo hasta límites irreales, perturbadores incluso; la Ciudad Ideal de Urbino tan perfecta como inhabitada: invivible.




En el Norte de Europa, mientras tanto, también aprendían a dominar la recreación de espacios delimitados, pero, además, se atrevieron con otra dimensión de la espacialidad: la inmensidad. La aparición del género del paisaje está asociada a un descubrimiento técnico que ayuda a recrear la sensación de profundidad sin necesidad de elementos físicos que organicen la perspectiva: ya en el Bosco encontramos este recurso, que poco después perfeccionaría Patinir, consistente en aplicar tres tonalidades que primen en diferentes franjas del cuadro.[1]

El placer de admirar la inmensidad es uno de los primeros y principales encantos del paisaje, tanto en el arte como en su contemplación “al natural”. Un placer muy asociado a la modernidad, presente en uno de los textos inaugurales de este tiempo como es la Subida al Mount Vendoux, de Petrarca. En él, el poeta nos cuenta como, recién llegado a la cima, mientras observa el magnífico espectáculo que se ofrece a sus ojos, decide leer un pasaje al azar de las Confesiones de San Agustín y se maravilla al dar precisamente con éste:

Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos

Eso de olvidarse de mirarse a uno mismo creo que es el requisito por antonomasia de cualquier sentir estético y, como bien explica Petrarca, la amplitud de los paisajes resulta particularmente propicia para despertar este sentimiento.


[1] Normalmente se utiliza el verde oscuro para el primer plano, el verde claro para un segundo nivel que abarcaría la mayor parte del paisaje, y finalmente el azul, que corresponde a la tierra más cercana al horizonte y al cielo. Según avance la técnica estas tres franjas pasarán a ser una gradación más suave que consigue una mejor perspectiva aérea.




Durante los siglos XV, XVI y XVII es difícil encontrar un paisaje que no explote este recurso de la inmensidad. Ruisdael en el Norte y de Lorena o Jan Both en el Sur, lo llevan hasta sus más altas cotas técnicas y estéticas. Pero es difícil encontrar ejemplos que rompan la norma. Hace poco descubrí a Goffredo Wals, una excepción sorprendente, y siempre he estado obsesionado por ese paisaje “pre-contemporáneo” de Altdorfer, del primer cuarto del XVI, en el que la perspectiva no se abre apenas a la inmensidad a causa del sorprendente punto de vista contrapicado.[1]



[1] En un principio iba a calificar este cuadro de “pre-romántico” o “pre-pintoresco”, pero es que la extraña composición de Altdorfer va realmente más allá. En el siglo XVII encontramos paisajes con puntos de vista similares, pero con contrapicados menos acusados que no eluden tanto la espacialidad y que se dirigen a motivos mucho más espectaculares que los de esta obra, como saltos de agua en días de tormenta o viejos molinos de agua con grandes ruedas. El puente roto que no va a ningún sitio y el edificio mediocre del cuadro de Altdorfer, dan una impresión total de “parte de atrás”, de resto, como esa idea de “no espacio” que tantas obras contemporánea inspira. Ese aspecto tan poco llamativo le da un aire casual que me resulta muy enigmático y que lo emparienta con el cuadro de Velázquez que trato a continuación. Hay que tener en cuenta, además, que se trata de uno de los primeros paisajes sin figuras humanas de la pintura occidental.


Paseando por la exposición que el Prado dedica al paisaje clasicista de artistas afincados en Roma, contemplaba una inmensidad tras otra, cuando me topé de bruces con la vista de Villa Medici de Velázquez que se conoce como Fachada del Grotto-Loggia. El Prado no es un museo que resalte por sus paisajes (aunque tenga algunos estupendos), ver de nuevo el cuadro (una de mis pinturas preferidas) rodeado de otros del mismo género, me hizo darme cuenta de una de las razones que lo hacen extraordinario: no hay amplitud espacial. La perspectiva es entorpecida por una fachada en ruinas y un tupido grupo de cipreses que tapan por completo el cielo. El propio motivo arquitectónico que se representa, la serliana, es un elemento plano, pensado para un único punto de vista, el frontal. Velázquez pinta un paisaje “antiespacial”. ¿Por qué? Es difícil de saber, pero me permito imaginarlo un poco…

La vista de Villa Medici es, ante todo, una vista, un recuerdo. El tema de reproducir a través de un cuadro la mirada de un sujeto es fundamental en Velázquez; inmortalizar su mirada (en estas vistas) o la mirada de otro (de Felipe IV en Las Meninas). Si el paisaje había tenido otro encanto a parte del de plasmar la inmensidad, ese era el de plasmar la mirada personal, la anécdota. En los cuadros de Patinir y del Bosco, que aun no se atreven a independizarse del tema religioso principal, ya se aprovecha esa amplitud espacial lograda para meter pequeños personajes, muchos de ellos anónimos, ajenos a la historia religiosa o histórica que da tema al cuadro, pero reales, verdaderamente vistos por el autor. No hay más que pensar en Brueghel y sus cazadores en la nieve para entender hasta que punto están relacionados paisaje y anécdota, inmensidad y costumbrismo.

Pero en la vista de Velázquez no hay inmensidad, sólo una superficie tupida que se abre con elegancia entre los cipreses en la esquina superior izquierda como para recordarnos que no es común que aquello esté tan “cerrado”. Es como si Velázquez respondiese a San Agustín y a Petrarca: “los hombres fueron a contemplar las cumbres de las montañas y la órbita de las estrellas y se olvidaron de sí mismos, sí, pero después volvieron los ojos a lo más sencillo, a una mañana de verano en un ansiado viaje a Italia que le llega a uno joven, aunque no tan joven ya, a un paseo y a la vista por casualidad de unos personajes que hablan entre ellos en un idioma diferente pero comprensible, los de abajo andan midiendo el muro con una vara, el de arriba les grita algo, y allí, frente a esa puerta ruinosa, Velázquez también se olvida de sí mismo y los hombres se olvidan de sí, al ver su cuadro”. Un cuadro muy coherente para un pintor de cuadros de bodega. Tal vez más un bodegón que un paisaje, aunque, sobre todo, una vista, un instante, una mirada pasajera.




Podemos perdernos en los más inmensos paisajes o en una caja de cerillas, pero necesitamos perdernos de vez en cuando. Felipe IV estaba tristísimo cuando se pintaron las Meninas, pero seguro que mirándolas daba un breve descanso a su melancolía. Y eso que las Meninas es una representación de él mismo, de su propia mirada. Pero algo tienes el arte y la virtualidad, algo tiene la belleza, que, en su trance, nuestra mirada ya no es nuestra mirada, si no un puro mirar irreflexivo que nos libera. Aunque su fascinación pueda ser peligrosa el arte sirve para algo, el arte estético. Si despojamos al arte de su función primordial corremos el riesgo de que esa misma función la cumpla la publicidad, que es una forma degradada de lo mismo.

Frente a las obras: miro, escucho y leo, con la esperanza de redescubrir no lo que percibo, sino el hecho de percibir. Redescubrirlo de una forma que esconde sosiego y angustia, perdición y sabiduría. No nos damos cuenta pero hoy, nos hace falta más eso.




15 de Octubre.

Chispas ha estado muy enfermo. Es viejo ya. En la clínica le hicieron cosas que no le han gustado nada, como meterle un dedo por el culo para sacarle bolas de caca que tenía atascadas. Se siente humillado y deprimido. Ahora no quiere comer, sólo duerme. Querían que se quedase una noche más en el hospital veterinario, pero le sacamos. Hicimos muy bien, las veterinarias eran muy buenas y excelentes profesionales, pero no entienden que mi gato se va a curar sólo si está bien, si tiene ganas de seguir viviendo; no valoran el poder de las ideas. Si los propios médicos no entienden eso mismo de las personas, cómo lo van a entender los veterinarios…

Nada es gratis. Nada es despreciable. Aquello que tenemos por insignificante, aquello que sacrificamos, es lo que retorna como una fuerza imparable que nos sobrepasa. Europa y Estados Unidos pensaron que las ideas no importaban, que la técnica y el dinero podrían con todo. Hoy mucha gente se rompe la cabeza pensando qué falla, cual es la solución; lo piensan como si fuera un problema de aritmética, tanto los reaccionarios como los progresistas como los revolucionarios. Da lo mismo que reduzcas el déficit, que cambies la ley de partidos, o que acampes en las plazas. Si no recuperamos la voluntad, la capacidad de creer, no podrás conseguir ni la represión, ni la reforma, ni el cambio.

El otro día entendí por qué tengo esa relación de amor odio con la “contra cultura” de finales de los 60’: Por un lado fue el último gran momento de esplendor cultural de Occidente: filosofía, cine, música, literatura… Pero todos aquellos jóvenes no cambiaron nada, porque no quisieron pagar un precio: “if I can’t dance, it’s no my revolution” decían. En una revolución es muy posible que no puedas bailar, que no puedas comer, que mueras… Si no estás dispuesto a sacrificarte por tus ideas, nunca conseguirás honrarlas, vivenciarlas.

Espero que Chispas recupere las ganas de vivir y coma.

Espero que todos recuperemos el coraje y trabajemos por cambiar las cosas.

Hay que dar un paso más, aunque no podamos bailar, aunque nos hallan humillado, aunque nos intimiden, nos sacudan, nos disparen, o nos encierren. Si no, es como si no tuviésemos ganas de vivir.

Ánimo a Chispas y a todos.

A ver qué pasa este Sábado.